La danza es un trabajo físico y espiritual a un tiempo, y que nos reporta innumerables beneficios y bendiciones cuando nos entregamos a ella. El mero hecho de bailar descalzos nos conecta con la energía de la Tierra y nos renueva, porque su contacto ejerce un estimulante masaje en las plantas de los pies y fortalece el sistema inmunológico.
Un cuerpo que se deja mecer por la música es una de las mejores y más bellas expresiones de la armonía del Universo. La danza es ritmo, y sobre todo, PASIÓN. El bailarín que se entrega a la danza se libera de las cadenas y prisiones del mundo terrenal para penetrar en la esfera de lo sublime. Grandes figuras del baile hablan de “catarsis, transformación e incluso de muerte interior que da lugar a una nueva vida”.
Y por si todo esto fuera poco, los ejercicios de expresión corporal son un medio excelente para dejar la mente en blanco. Es decir, para practicar una especie de “meditación activa”, ya que tan difícil resulta a algunas personas (entre las que me incluyo), centrarse lo suficiente en una meditación clásica e inmóvil. Al tomar plena conciencia del cuerpo, que tan olvidado tenemos la mayor parte del tiempo, se suprime o alivia el estrés y los pensamientos improductivos, repetitivos y obsesivos. Nunca olvidaré a un maestro de yoga que siempre me decía: “Cuando el cuerpo se para, la mente se dispara”…¡qué razón tenía!
Cuando se comparte con otras personas, el poder de la danza se multiplica, ya que el contacto físico y la compenetración con nuestros semejantes favorecen la confianza y el sentimiento de pertenencia a la totalidad del Universo, gracias a la gran unión espiritual que se experimenta con el grupo.
La danza despierta cuerpo, mente y espíritu, y nos hace más sensibles a todo lo que nos rodea. Creo que merece la pena dejarse llevar por el rastro invisible y poderoso de la música…
¿Os parecen pocas razones para ponerse a bailar?
Pues entonces…¡Danzad, danzad, benditos!
- Ada -